Ciudadanos. Tal y como imaginábamos

Los primeros meses de Ciudadanos como partido “reformista y regenerador” de la nueva política se han traducido en un pensamiento común entre los partidos de izquierdas, movimientos sociales y quiénes tratan de reducir la desigualdad en el país: todo lo que se sospechaba que escondían detrás de su fachada, se ha cumplido a rajatabla, como una diabólica premonición. A saber:

Tal y como imaginábamos, su actuación por activa o por pasiva ha servido para perpetuar a los partidos que han hundido algunas comunidades autónomas durante la peor época de la política española. Al Partido Popular madrileño, cuna del gangsterismo patrio, le permitió seguir al mando de la comunidad (cuando la opción de Gabilondo sonaba mucho más reformista). Al partido de los ERE y los cursos de formación le concedió el poder en Andalucía. Esos dos actos ya inhabilitarían por sí solos a un partido autodenominado reformista.

Tal y como imaginábamos, Rivera y los suyos han apoyado el TTIP. Y el problema ya no es el refuerzo que supone para una barbaridad como es el TTIP en la población, sino la generación de un controvertido discurso de la oportunidad que cale entre el cuñadismo español. Es decir, que los liberales millonarios acaben jugando con marionetas entre las clases populares.

Tal y como imaginábamos, Rivera intentaría afianzarse cuanto antes en las instituciones, y es por ello que, resistencias de cara a la galería al margen, quiere evitar unas nuevas elecciones a cualquier costa. Pese a que El País y sus otros propulsores mediáticos siguen alzándolos en intención de voto como ya hicieran de cara a las generales, la sensación es que en nuevos comicios, Ciudadanos no llegarían siquiera a los cuarenta diputados.

Tal y como imaginábamos, se han opuesto o abstenido en asuntos de gran sensibilidad social como la bajada de sueldos de cargos políticos, que los fondos buitres devuelvan los pisos del Ivima, que se retiren nombres de calles franquistas o diferentes mociones contra la violencia de género.

Tal y como imaginábamos, del regeneracionismo con el que se presentaron a las elecciones, ha quedado un discurso tibio que beneficia a los de siempre. Quizás, el epígrafe del discurso de Ciudadanos que más consiguió calar entre la gente y el espectro político, ha sido su voluntad regeneradora. Bien, pues ayer, con su dominio habitual de la dialéctica, Rivera terminó pronunciando importantes novedades en su discurso como el que no quiere la cosa. De repente, la corrupción no afecta al diálogo (¿Pero no era condición indispensable, despojarse de la misma?) y al Partido Popular no se le puede eliminar del diálogo. Vamos, que da igual que sea una banda mafiosa.

Tal y como imaginábamos, se han convertido en censores, siguiendo la vieja tradición de la derecha española, como han demostrado con los grupos del congreso vetando a IU/ERC/Bildu. “Lo que no nos gusta, mejor si no se ve”, han debido pensar en la formación naranja. También, en menor medida, lo ha sufrido Podemos con la colocación de sus diputados en el gallinero.

Tal y como imaginábamos, el partido de la meritocracia creyó con méritos a Patxi López para presidir el congreso o a la infanta para mantener la medalla de Barcelona.

Tal y como imaginábamos, están teniendo una tremenda condescendencia con el Partido Popular. Rajoy es un gran negligente y el Partido Popular no puede ser un partido apestado. Y lo han dicho solo un día después que se hayan detenido veinte “populares” en Valencia a cuenta de una gran trama de corrupción.

En el fondo, nada nuevo para quiénes hemos conocido a Ciudadanos durante toda su “etapa catalana“. Ciudadanos sigue siendo el mismo partido liberal de derechas. La clave era si Rivera iba a aprovechar su salto a la política española para cambiar el partido en pos de una modernización real de la derecha o se iba a quedar en una operación estética con más de lo mismo. Sus actos, a pocos meses de las elecciones, hablan por sí solos.

La fotografía de portada es de Piere-Philippe Marcou