Ya ha ocurrido. El miedo ha cambiado de bando. Y están perdidos, confundidos, fuera de lugar y tiempo. A pesar de lo que pueda parecer por la desigual relación de fuerzas surgida de las elecciones, los que mandan nunca habían pasado por una situación ni remotamente parecida a la actual. Se encuentran en territorio enemigo.
Desde la transición, especialmente desde que se eliminó el ‘problema Suárez’ (el de que un individuo quiera ser presidente del Gobierno), hemos asistido a una pantomima titulada democracia en la que lo único que había que resolver tras unas elecciones turnistas era cómo servir mejor a los diferentes jefes y accionistas del negocio político. Así, según se había apostado mayor porcentaje a cara o cruz, unos mejoraban su capacidad de saqueo, expansión y cuentas de resultados en mayor medida, y los otros algo menos. Y ahí se acababa la obra. Todos ganaban. Todos menos un pueblo que asistiría durante toda una legislatura a superficialidades actuadas hasta la crispación pero que no vería ni por casualidad hablar de política. Y obviamente mucho menos asistiría a la intención de hacerla (porque la política, aunque ya no lo recordemos, es un ejercicio. Y más: es un ejercicio de antagonismos).
Por no resultar excesivamente injusto, hay que decir que a algún inmaculado novato sí le dejaron parecer que tenía algún poder para decidir y activar mínimas políticas sociales. En una coyuntura de expolio desmedido, tras el disciplinado socialismo caviar y el desenfreno liberalizador del hormigonado Aznar, llegó un Zapatero al que de su primera legislatura, más allá de decisiones ideológicas que no cuestan un duro pero crean imagen de diferencia, le debemos que el SMI o las pensiones sean de ridículo, pero de menor ridículo de lo que hubieran sido con alguien más baqueteado en las cloacas institucionales. Aunque la cosa duró lo que podía durar. Y el resto de la historia ya la conocemos.
Eso se ha acabado. Y no se ha acabado por una determinada (y modesta) cantidad de votos a contracorriente, sino por la capacidad implícita que una formación con voluntad de hacer política, y que ha sabido hacerse un hueco relevante desde la moderación y la ausencia de deudas, tiene para mostrar las vergüenzas del sistema.
Aunque aún se esté jugando por inercia con los tótems que han resultado útiles durante tanto tiempo: ni se rompe una inexistente y caduca ‘sagrada unidad de la patria’ –que en realidad nunca ha estado en juego hasta que llegó el PP– por una consulta de pertenencia o independencia, ni el terrorismo figura desde hace bastante tiempo entre las principales preocupaciones de la población.
Todo gira en realidad en torno a un eje central. A partir de ahora hay que hacer política. Y los adalides de los viejos fetiches, si es positiva para las mayorías, no pueden. Ni tan siquiera les resultará cómodo hacerla para esquilmarnos, porque ahora sí hay una oposición con capacidad de comunicación y difusión. Si no fuera por eso mañana mismo tendríamos un Gobierno de Große Koalition de esos que en otros países sí se han podido formar gracias a la ausencia de una oposición libre. Los mercenarios de la oligarquía suman 248 escaños (más una parte del grupo mixto), e incluso si se tratara de guardar las apariencias, por más que lo intentara impedir el resto, un pacto entre PSOE y C’s (también pudiera ser sin coalición, como en Andalucía) suma suficiente en segunda sesión para investir un candidato con la abstención ‘responsable y estadista’ del PP. Pero no va de eso, aunque quizá finalmente quemen ese cartucho (o similar), porque la nueva convocatoria de elecciones, tras haber sacrificado a Ciudadanos y fomentado la desafección, les dejaría muy probablemente un panorama todavía menos favorable.
El asunto es: ¿Cómo iban a justificar a partir del siguiente día aceptar los nuevos recortes que ya exige Bruselas? ¿Cómo van a explicar posicionarse en contra de las propuestas de políticas sociales? ¿Cómo ocultar todas esas medidas restrictivas de libertades, generadoras de desigualdades o expoliadoras de patrimonio que hasta ahora pasaban en muchos casos desapercibidas? ¿Con qué argumento van a negarse a la derogación de leyes tan discutidas como la laboral, educativa o sanitaria? ¿Cómo, ante su realidad, pretenderán mantener el statu quo habiéndose infiltrado una alternativa no ficticia?
Hay quien no será todavía consciente de la situación, y creerá que todo sigue igual o muy parecido. Pero sí se ha pateado el tablero. Vaya si se ha pateado. Los títeres tienen que elegir entre susto o muerte, y el poder es el que lo ve con mayor claridad, y por eso hasta ahora ha hecho todo lo que ha estado en su mano y más (en esta época) para impedir que llegara este momento.
Pero se acabó el carnaval. Llegó la hora de quitarse los disfraces. Empieza la fiesta.
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